Pescando resonancias

La materia emite y transmite cosas: radiación, magnetismo, ejem..., ondas... Esto también ocurre cuando ha sido el hombre quien ha ordenado una particular disposición de esa materia, y por eso una estancia o un edificio nos transmiten determinadas... (ejem, de nuevo) vibraciones. Esto es evidente en el caso de la luz, pues no dejamos de percibir los colores de las cosas por el hecho de encontrarse inmóviles. Pero... ¿oímos también las cosas inanimadas como rocas, paredes o políticos en rueda de prensa, incluso cuando nada las percute, vibra o sopla?

Tal vez sí, con un poco de ayuda.

El compositor norteamericano Russell Frehling ha desarrollado un sistema para 'pescar' frecuencias de resonancia inherentes en la arquitectura, una técnica mostrada entre febrero y marzo de este año en el Bass Museum of Art de Miami Beach, en la exposición 'SOUND', organizada por ISAW (Interdisciplinary Sound Arts Workshop) en el 20 Aniversario de su festival SUBTROPICS.

La exposición, comisariada por Gustavo Matamoros (compositor experimental y director del ISAW), con la colaboración del también compositor David Dunn, (nombres que muy posiblemente volverán a aparecer en este blog), incluyó una instalación llamada Bass Soundfield Russell Frehling, una sesión de pesca de resonancias de hora y media de duración, que trabaja con las longitudes de onda más altas del espectro audible, extraidas del ambiente. Lo vemos y oímos de forma abreviada abreviada en este vídeo:

La soprano y la chicharra


Hace unos días tuve ocasión (fui obligado a punta de pistola) de escuchar un concierto lírico al aire libre, en una encantadora zona ajardinada con abundante vegetación. Sin embargo... donde hay plantas, hay insectos.

El recital, una serie de piezas compuestas por Joaquin Turina, arrancó a la hora prevista, aunque convertido en un inusitado trío para voz, piano y estridulación. Allí estaban el pianista a su piano, la soprano ante un micrófono del todo innecesario, y en algún lugar del árbol más cercano al escenario, una invisible pero omnipotente chicharra que, después de haber pasado de entre 4 hasta 17 años bajo tierra alimentándose de raíces como ninfa, había ascendido a ese árbol precisamente.

Y mientras la soprano imploraba con gran dramatismo ser arrastrada por las Olas gigantes que Gustavo A. Bécquer escribió en su Rima LI, la chicharra macho le cantaba a la vida, y más concretamente a las hembras de su especie con la intención de aparearse. Una conducta nada reprochable si recordamos esos solitarios 17 años bajo tierra.

El duelo interpretativo entre la soprano y la chicharra habría sido muy del gusto de Erik Satie, de quien se cuenta que en sus veladas al piano prefería dejar abiertas las ventanas porque el ruido de la calle formaba parte de la interpretación musical.

El anochecer favoreció la victoria de la mujer, y tras el último de los Tres Poemas op. 81, ya fuese por el descenso de la temperatura o por la feliz conquista de alguna atractiva cicádida, la chicharra enmudeció. Pero, lejos de acabar los problemas con los insectos, la oscuridad atrajo una nube de mosquitos y otros impertinentes bichos hacia los focos que con chorros de luz a bocajarro señalaban a la valiente soprano como objetivo a devorar.

Ignoro cómo se las arregló para dominar el impulso de liarse a palmetazos, pero vayamos a lo nuestro y escuchemos simultáneamente dos de las piezas que allí se escucharon (actívense ambos reproductores a la vez):






Olas gigantes que os rompéis bramando
En las playas desiertas y remotas,
Envuelto entre las sábanas de espuma,
¡Llevadme con vosotras!

Ráfagas de huracán, que arrebatáis
Del alto bosque las marchitas hojas,
Arrastrando en el ciego torbellino,
¡Llevadme con vosotras!

Nubes de tempestad que rompe el rayo
Y en fuego ornáis las desprendidas orlas,
Arrebatado entre la niebla oscura,
¡Llevadme con vosotras!

Llevadme, por piedad, adonde el vértigo
Con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ... ¡Tengo miedo de quedarme
Con mi dolor a solas, con mi dolor a solas!