"The world’s a shadow of what went before.
The world gives off none of its own light".
The world gives off none of its own light".
Las cosas definidas por su ausencia nos hablan sin la prepotencia de existir.
Me gustan los fósiles, las huellas del pasado impresas en materia trasplantada. Hacen que esa materia cuente una historia, fuera de su lugar. La concha petrificada de un molusco que encontramos en el monte nos cuenta que esas mismas tierras antes soportaban el peso de un océano. A veces en el trasiego humano sucede algo parecido. Especulemos sobre cómo debió ocurrir el proceso de fosilización en este caso.
El albañil nunca pensó que las huellas de las propias manos en el yeso junto a la ventana izquierda quedarían expuestas adornando una fachada. |
I. Desplazamiento.
Como tantas veces se había hecho en la historia de las construcciones humanas, donde expolio y reutilización son indistinguibles, alguien por hurto o abandono se hizo con varios elementos decorativos de una casona noble, convento en ruinas o tejar industrial, y decidió injertarlos en la construcción de su propia casa. Entre el piso superior y el tejado a dos aguas era sana costumbre dejar un espacio que mejoraba el aislamiento térmico y servía además como secadero, con ventanucos de ventilación. Esta cámara se aprovechaba como lugar de almacenamiento de alimentos, recuerdos y mostrencos: ristras de ajos, pimientos rojos secos, un bidón de aceite, un arcón con un vestido de novia y un viejo uniforme militar de gala. La casa quedaría así terminada luciendo en lo alto de su fachada lateral esos dos ventanas, poco más que troneras.
II. Sedimentación.
Con la hipertrofia desarrollista de los años 60 y 70 en España los ayuntamientos de los pueblos fueron autorizando la construcción de edificios de mayor altura. A la casa en cuestión le fue endosado un bloque de pisos sin respetar separación alguna, de manera que la fachada lateral de la primera fue literalmente engullida y asimilada por la medianería del nuevo edificio, que dejó así los dos ventanucos cegados a la luz y ocultos a la vista.
III. Afloramiento.
Finalmente, la casa fue derribada, quedando de ella sólo los ventanucos empotrados en muro ajeno, ahora visibles en lo que antes fue su lado interior. Ya industriales, ya nobiliarios o clericales, incorporados por accesión involuntaria a un vulgar bloque de pisos de hormigón.
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Posteriormente, muy a pesar de los pimientos rojos secos y del propietario del uniforme de novia, alguien debió derribar el muro adyacente al bidón de aceite, vertiendo una concha de molusco en la amalgama de ladrillos aliñados cual alicatado milenario del ventanuco.
Las ristras de ajos se enojaron, el tejado vertió impasible su historia y el hueco rellenado por puntas de flecha y monedas almogávares, culipardas, que en la nueva casa podrían contar dedos y personas a dos aguas sin miedo a la ruina, colorearon el muro latiente de recuerdos.
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